Mar. Jul 2nd, 2024

Muerte a Bob Esponja

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Soy un hombre pacífico, pero hay veces que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

La primera vez que me crucé con él fue en la calle Triana. Yo no conocía al personaje. Tengo rigurosamente prohibido a mis hijos ver la televisión, así como leer libros, jugar a videojuegos o masturbarse. Sin embargo, Malakay debió haber conocido a Bob Esponja gracias a algún amiguito del cole, porque exclamó entusiasmado:

“Mira, papá, ¡es Bob Esponja!

“¿Y qué?”, dije.

“¡Vamos a verlo!”

Como quieras, pequeño bastardo, respondí mientras le frotaba cariñosamente el pelo.

Llegamos a su altura más o menos al mismo tiempo que una madre y su hija. La niña no tendría más de tres o cuatro años. No me importó que se colaran, la madre tenía un culo estupendo.

“¿Quieres un globito, niña?”, le preguntó Bob Esponja a la pequeña con un inconfundible acento boliviano, rumano, o de por ahí, y le entregó un globo con forma de falo, detalle que encontré delicioso. Luego dijo: Es un euro. La madre empezó a buscar calderilla en su monedero, pero no tenía suelto. Entonces Bob, ni corto ni perezoso, ante la estupefacción de todos, arrebató el globo a la niña de sus manos. Los ojos de la niña comenzaron a brillar trémulamente, amenazando con desatar un torrente de mocos y lágrimas.

Si hay algo que no soporto es ver sufrir a un niño, así que me armé de valor y le dije al tipo:

“Lo que acaba de hacer es monstruoso. No sé qué clase de persona es usted, pero hay que tener muy pocos escrúpulos para quitarle un globo a un niño.”

“Vivo de esto, señor”, me respondió.

Indignado, le di las buenas tardes y agarré a mi hijo del pescuezo para marcharnos de allí.

“¡Papá, yo también quiero un globo!”, protestó Malakay, así que le solté un bofetón para que dejara de gimotear y nos fuimos a casa.

 

 Mano abofeteadora, by Clinton Pisuerga

 

 

 

No volví a ver a Bob Esponja hasta un par de semanas después. Estaba en la Alameda de Colón, sentando en un banco, arrancando miguitas de pan de su bocadillo y lanzándoselas a las palomas. Ciego de furia, irrumpí entre la bandada de animalejos y la emprendí a patadas y pisotones con ellos. Si hay algo que no soporto es la gente que da de comer a las palomas, esos pajarracos infectos.

¿¿¿Pero qué hace, señor???, preguntó Bob.

“Mantener limpia la ciudad, eso hago”, respondí, desde un torbellino de plumas ensangrentadas y huesos crujientes.

“¡Usted está loco!”, dijo, y salió de allí a la carrera.

“¡Corre, hijo de puta, corre!”, grité, riendo. ¡Gente como tú es la que hace que uno no pueda caminar tranquilo por la calle!

Después me limpié la sangre y las plumas como pude en los columpios del parque infantil y me fui a un bar a emborracharme.

 

Un par de días más tarde me llamó por teléfono mi amiga Soledad, presa de un llanto histérico.

“¿Qué te pasa?”, le pregunté.

“Nada”, dijo.

“Ah, bueno”, respondí, y colgué.

Al cabo de unos instantes volvió a llamar. Seguía llorando.

¿Qué coño te pasa ahora?”, dije.

Un tío, que me ha maltratado”.

“Ah, bueno”, respondí, y colgué de nuevo.

El teléfono sonó por tercera vez.

“¿¿¿QUÉ???

“Ha sido un tío disfrazado de Bob Esponja, en el Paseo de Las Canteras, me dijo. No sé bien qué pasó. Tú sabes que los tíos disfrazados de personaje de serie de dibujos infantiles siempre me han puesto burraca. El caso es que le vi y me entró un nosequé, y le salté encima e intenté besarle. Y va el tío y me hace la cobra. ¿Te lo puedes creer? ¡La cobra! Y encima me dice que está casado y tiene hijos, y que si quiero un globo. ¡Jamás me había sentido tan humillada!

“¿¿¿Cómo???”, exclamé. “Tú tranquila, déjalo en mis manos. El mal nacido este no sabe con quién se la está jugando.”

Así que disfrazado. Es decir, que aparte de todo lo demás, no era el auténtico Bob Esponja. ¡Maldito impostor! Esa ya era la gota que colmaba el vaso. Decidí tomar cartas en el asunto, definitivamente.

Si hay algo que no soporto es a un adulto intentando hacerse pasar por un personaje de serie de dibujos animados.

      Surtido de globos vendidos por Bob Esponja, by Gutáerroz Hondli 

 

 

Le busqué por toda la ciudad. Pregunté por él en todas partes, pero nadie recordaba haber visto a un tipo que concordara con mi descripción. Interrogué a varios mimos y a un Teletubbie, destrocé a martillazos un Toy´s R´ Us, tuve que hacer muchas cosas desagradables, pero nada. Estaba a punto de darme por vencido cuando le vi, por casualidad, cerca de la Fuente Luminosa. Trataba de engatusar a otro crío, el muy infame. Miré a mi alrededor buscando algún objeto contundente. Unos niños jugaban a un simulacro de béisbol con palos y una pelota de goma. Elegí al niño más débil y le arrebaté su palo. Me dirigí hacia Bob Esponja tratando de pasar inadvertido, pero los niños me seguían, diciendo nosequé. Traté de espantarlos con el palo, y entonces Bob se giró y me vio. Había perdido el factor sorpresa. Sin embargo, no me arredré, y avancé hacia él diciendo:

“¡Ese hombre es un impostor! ¡Muestra tu verdadero rostro, desgraciado!

Señor, no busco problemas, decía él, hipócritamente. “¿Qué quiere usted de mí?

“¡Baila para mí! ¡Baila!, ordené, blandiendo el palo. No sé por qué, pero tenía muchas ganas de verle bailar. Los niños a mi alrededor me miraban y gritaban:

“¡Está loco!

“¡Sí, exacto!, decía yo, dándoles la razón. “¡Está loco! ¡Fuera de aquí, loco!

Entonces Bob se echó las manos a la espalda y comenzó a abrir la cremallera del traje. Lentamente, comenzó a emerger de la vestimenta amarilla una oscura cabeza de negros cabellos, boca grande y pequeños ojos cetrinos. Era muy bajito, y feo de cojones.

Señor, suplicó, estoy casado y tengo hijos. Necesito el dinero. ¿por qué me hace usted esto?

Si hay algo que no soporto es a la gente que suplica.

La emprendí a golpes con él, pero, a pesar del traje, corría rápido, y después de correr tras él durante un par de manzanas, se me escapó. Supuse que no volvería a cruzarme con él durante mucho tiempo, aunque con gente así nunca se sabe. Estaba claro que el tío era peligroso.

 

Señor que se disfraza de Bob Esponja, un domingo en el parque con uno de sus hijos, by Cretinhop Zeüle

 

 

No tardé en encontrarme de nuevo con él. Yo estaba dando un paseo con mi otro hijo, Chtulu, por el centro comercial El Muelle, cuando pasamos por delante de un McDonald´s. Me dio por mirar adentro, y entonces le reconocí. Estaba haciendo cola, a plena luz del día, con total desfachatez, rodeado de críos. Por sus caritas morenas comprendí que eran sus hijos. Conté trece. Si hay algo que no soporto es la gente que lleva a sus hijos a comer al McDonald´s en vez de llevarles a un buen restaurante.

Decidí seguirles. Dejé a Chtulu al cuidado de un par de turistas ingleses, dos hombres mayores bronceados y de aspecto saludable, y empecé a caminar detrás del falso Bob Esponja y sus hijos, ocultándome entre las sombras. Llevaban la comida en grasientas bolsas de papel marrón. Caminaron durante casi tres cuartos de hora hasta llegar a una de las zonas más tenebrosas del Polvorín. Los harapientos niños se quejaban de hambre y de sueño. Entraron en un edificio cochambroso. Cuando el último de los pequeños iba a cerrar la puerta del portal, lo dejé sin sentido de un puntapié y entré cerrando la puerta tras de mí. No había ascensor, así que subí las escaleras con sigilo. Bolsas de basura maloliente se apilaban en los rincones. Llegué hasta el sexto piso, y entonces escuché su voz tras una puerta.

“¡Angélica, he traído cena para todos! ¡Esta noche hasta el perro podrá comer!. Reía. El muy bribón se reía. No quise escuchar más. Corrí escaleras abajo y recogí cuantas bolsas de basura encontré. Las subí arriba y las apilé junto a la puerta del falso Bob. Después saqué mi mechero y les prendí fuego. Esperé a que las llamas tomasen cuerpo, y bajé las escaleras con los ojos anegados de lágrimas. Salí del portal y me senté en la acera a fumar un cigarro, esperando el momento de ver a sus pequeños indiecitos saltar por la ventana, envueltos en llamas, como diminutas estrellas fugaces. En mi cabeza sonaba Wagner.

 

Comenzaron a surgir vecinos alarmados del portal. A lo lejos se escuchaban las sirenas de los bomberos. El falso Bob salió corriendo por el portal con una criatura en brazos, envuelto en humo, con su familia detrás de él. Me vio, vino corriendo hacia mí y me sacudió por los hombros, gritando:

“¡Mi mujer! ¡Mis hijos! ¡Maldito chiflado! ¡Casi nos mata!

Bueno, hombre, lo pasado, pasado está“, dije, con gesto fraternal. “¡Venga esa mano! ¿Amigos?.

No quiso estrechar mi mano, pero no me importó. Después de todo, soy un hombre pacífico.

 

Aunque, eso sí, si hay algo que no soporto es a la gente rencorosa.

 

                           Bolsas de basura a punto de ser quemadas, by Zphir McBarrigan

 

 

                                     Texto – El Gran Kepowski      Penosos dibujos – Dingo Wollobolf

 

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