Mar. Jul 2nd, 2024

Medioambiente enrarecido

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Arlington Betadine murió solo y con cara de sufrir gonorrea y patadón en la cara. Retrocedamos cinco minutos. Sigue muerto, así que volvamos un mes atrás…

 

Arlin, como era conocido en su pueblo, se dedicaba al noble arte de ingerir espeluznantes cantidades de salsas picantes y andar por la calle masacrando los olfatos de viandantes, ciervos y mimos. Estos últimos notaban cierto desajuste gestual en sus chanzas al experimentar los excesos medioambientales de semejante lacra social.

Así el público, eminentemente generoso a la hora del aplauso aunque no del aguinaldo, comenzó a notar cierto bajón interpretativo de sus, hasta entonces, ídolos callejeros. Los allí presentes, evidentemente, poseían infinita cultura y especial sensibilidad para captar las diferencias de un gesto u otro. Pero el mimo, al no poder abstraer su olfato del entorno, confundía un simple gesto de pesar con uno de decepción, una sonrisa maliciosa con una de complicidad, un alzar de cejas en señal de saludo u otro en señal de perplejidad. Era un desastre, un caos total.

Los espectadores comenzaban a increparlos de una manera despiadada. Frases hirientes y zafias, groseras hasta límites insospechados, se sucedían en las actuaciones de dichos artistas. «Esta actuación ha sido de bajo calibreeeeeee», rezaba un heroinómano harapiento a punto de criar malvas. «La escenificación, amén del argumento, dejan mucho que deseaaaaaaaaaaaaaaaaar», gritaba una anciana albañila. «Estoy decepcionado, a la par que disgustadooooooooooo», señalaba con rabia y desesperación un joven neonazi. «No pienso volver a caminar por esta acera, no quiero que mis niños se críen en unas calles donde no se distinga un gesto de rabia con uno de dolooooooor», recriminaba un padre de familia un pelín disgustado.

La ofuscación de los peatones crecía en número e intensidad a medida que avanzaban los días. En los periódicos se leían titulares como «Mimos, una farsa?», «Las encuestas sitúan a los mimos en el puesto 325 de popularidad, por debajo de los vendedores ambulantes de tabasco y los leprosos» o «Mimos: realmente no pueden hablar?»

Un par de semanas después, Parco Mudo, el mimo más carismático y con más poder del pueblo, se reunía en su mansión con el resto del gremio, tan perjudicados por el escaso control del esfínter de nuestro apestoso protagonista como el propio Parco.

Una tras otra fueron desechándose propuestas, ora por la radicalidad de las mismas, ora por el escaso éxito final que se podía intuir en ellas. «Hacerle el vacío», «saludarle con desgana» o «sonreírle con aire de superioridad» fueron los primeros esbozos de un proyecto que fue tomando forma con las siguientes proposiciones bastante radicales: «llamarle cohibido en público», «reírse de él mientras se le señala con el dedo» o decirle «psssss, me tienes contento…» en presencia de sus padres. Vendrían luego clásicos del corte de «romperle toa la mamona», «fassssss, escacharle la cabeza» o «abofetial-lo».

Horas y horas duró la pintoresca reunión, donde no se articuló un solo sonido, todo hay que decirlo. En un preciso momento, un mimo salió de la penumbra, porque la lámpara que estaba por su lado se había fundido, y tomó la palabra de manera contundente, con aire de seguridad, aplomo y barba de 8 días y 6 horas: «lo que hay que hacer es taponar el escape con cemento líquido»

Después de las insonoras loas y vítores dirigidas hacia el mimo sin nombre, se puso en marcha el plan. Al llevarse a cabo de manera sigilosa mientras Arlington dormía, el resto se puede imaginar.

Cuando a uno empiezan a brotarle fétidas fragancias y excrementos de la boca, lo más probable es que, aparte de no ser besado por personas no coprófagas, fallezca.

Foto tomada al terminar la reunión de mimos, by Esperanzo Glutenmaier

 

 

Texto – Dingo Wollobolf      Ilustración – Sofoclita Belcebú

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