Mar. Jul 2nd, 2024

El noble arte de acojonarse

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 Pasaron muchos años, incluso meses, hasta que volvieron a citarse. Ella estaba muy nerviosa y se hacía preguntas sobre él: “¿Conservaría su buen cuerpo?”, “¿La haría reír como aquel inolvidable verano?”, “¿Seguiría siendo bípedo?”. Todas estas preguntas, y otras más (sobre monos en bicicleta o algo así), la estaban atormentando, hasta el punto de querer irse.

 

Totalmente decidida a no enfrentarse a su pasado, se levantó de sopetón, como si le hubieran puesto una divertida chincheta en la silla, y ahí se lo encontró, delante de ella, clavándole la mirada.

 

”¡¡La cuenta, señoritinga!!” – era el camarero, con voz amenazante, en falsete, por razones desconocidas.

“S-sí, claro” – respondió ella temblorosa y tratando de pagar cuanto antes para poder irse.

 

Pero cuando se giró 176 grados para salir del restaurante, allí estaba él…

 

Era un pedigüeño que le pedía un pequeño solomillo a la pimienta con papas panaderas para desayunar. Nuestra protagonista sacó de su bolso un entrecot medio hecho a la parrilla y se lo dio.

 

“Es lo único que tengo” – respondió de manera huidiza nuestra atormentada protagonista, queriendo huir como alma que lleva el dios.

 

”Taxi!!!!”– exclamó sollozando – “por favor, ¡¡¡taxi!!!”

Un taxi advirtió su presencia y se paró a su lado. Ella lo miró, y se quedó atónita.

“¿A que no me esperabas aquí?, ¿eh?” – retorizó el individuo.

 

Pues sí, queridos lectores, como habrán adivinado, era un taxista que ella no conocía de nada.

 

“Lléveme a la calle Tengomiedodequeelpresentenoseacomoelpasado, nº50”

 

“¡A mandar, señora!” – respondió el taxista…

 

 

 

 

 

                                                            Interior del taxi, by Pépido Antiniers

 

 

 

                                                                        Dingo Wollobolf

 

 

 

 

 

 

 

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