Mar. Jul 2nd, 2024

La variopinta historia de Stan Pesado

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Cuando Stan Pesado abandonó los estudios en párvulos, a la tierna edad de cinco años, pocos le auguraban un futuro exitoso en el mundo empresarial. Stan ni siquiera sabía lo que era el dinero. Hoy, 19 años después, nada en la abundancia.

Sus primeros días en el mundo laboral fueron duros y vejatorios, ya que lo obligaron a zurcir los «tomates» de calcetines usados por futbolistas de medio pelo. Tal fue su progresión que al siguiente mes ya estaba remendando botas y cosiendo botones en uniformes militares. Tras tres meses de intenso trabajo, su tutor legal falleció de melancolía causada por 54 años de amor no correspondido. Jesús Piró no aguantó más que Mariola Memé, su ex-educadora en el jardín de infancia, estuviera felizmente casada con otro de sus alumnos 21 años más joven que ella.

La muerte de Jesús sumió a Stan en una crisis existencial. Su vida dio un vuelco y tuvo que dejar también de trabajar en el mundo de la explomoda. Los servicios sociales lo internaron durante diecinueve días en un pequeño orfanato, hasta que la directora del centro no pudo resistir más el incómodo hecho de que Stan hubiera aprendido a hablar y a razonar sus preguntas.

Una vez expulsado, el niño no tuvo más remedio que malvivir en la calle a base de sobras de cubos de basura. Pero fue cuando Stan se percató que la gente conseguía los alimentos de dos maneras: fisgoneando desde el exterior de los escaparates de las panaderías y en los puestos de fruta en la calle vio como la gente conseguía alimento a cambio de unas pequeñas y redondas piezas metálicas o con unos papelotes con caras de personas serias.

Dada su recién adquirida capacidad de comunicarse con el resto de indigentes, supo que tarde o temprano aprendería a conseguir lo necesario para poder comer. Sus conocidos en la calle eran Gustav Tinto y Germán Blanco, adolescentes que lo defendían cuando a Stan lo atacaban los perros callejeros, o las ratas. En el día a día salían adelante intimidando a remilgadas colegialas que les daban su merienda a cambio de que las dejaran en paz. La comida era relativamente fácil de conseguir, lo que les parecía más complicado era que los transeúntes les dieran monedas o billetes.

Stan se forjó un nombre entre los mendigos de la ciudad. Viajó a pie hasta los pueblos y ciudades colindantes hasta que aprendió a robar coches por necesidad, y se desplazó en ellos hasta ciudades más lejanas. Sin identificación encima y con los escasos ingresos que le proporcionaba la caridad ciudadana sobrevivía a la hambruna y a las ocasionales enfermedades.

Stan absorbía información de los periódicos de las papeleras, ya que aprendió a leer con la ayuda de sus compañeros de situación. Un día se propuso dejar de dormir en la calle y ocupar una vivienda deshabitada de las que abundaban por doquier. Con el paso del tiempo se supo que la vivienda la había pagado un tunecino trampero por adelantado pero que nunca se había instalado allí.

Después de este pequeño golpe de suerte, Stan quiso empezar otra vez a trabajar. Se confeccionó un curriculum a lápiz y comenzó a visitar zapaterías y boutiques para trabajar de adjunto de sastre, que era su vocación desde infante. No pudo conseguir el trabajo que deseaba pero en cambio le dieron una oportunidad en una empresa de mudanzas, en las que aprendió el oficio y fortaleció su musculatura. Con los muebles que sisaba poco a poco fue decorando su casa la cual quedó muy cuca tres años después, y cuando parecía que Stan había conseguido ser un ciudadano aceptable, sucedió que el presidente y dueño de la compañía de portes y mudanzas «Macondo» feneció repentinamente tras ahogarse con un trozo de jamón curado de cerdo cebado.

Éste inesperado hecho le dio a Stan Pesado la oportunidad de ponerse al frente de la empresa, ya que era una de las últimas voluntades de don Eustasio Mandolina. Tres días después del sepelio, Stan ocupó el cargo que desempeña en la actualidad. Con sutil responsabilidad explotadora escoge a menores de edad, analfabetos e inmigrantes desesperados para chuparles la sangre y la dignidad, por unos míseros chelines. ésto nos demuestra que la sociedad se transforma y que las personas experimentadas son las que se merecen alcanzar la opacidad del alma.

«El ínclito Stan enhebrando agujas al pasar» by Tomidio Glüstis Agrúfez

Glüstis Tapang

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